JOSÉ LUIS LÓPEZ es un histórico del Mercado Central. Toda su vida ha estado ligada a él. A sus 85 años, lo sigue frecuentando csasi a diario. En esta entrevista rescata del pasado muchos detalles que le sirven para confirmar que, tras la última reforma, «El mercado está más vivo que nunca».
José Luis todavía recuerda la primera pescadilla que preparó con 12 años. “No era muy grande; aprendí a hacerlo viendo cómo trabajaban mi madre y mi tío –recuerda–; mi padre murió cuando yo tenía esa edad y desde entonces, en 1948, el Mercado Central fue mi casa”. Así hasta el año 2000. Con el cambio de siglo, José Luis y su mujer, Mari Carmen Jiménez, se jubilaron al mismo tiempo. En el Mercado se conocieron y a él ha estado vinculada su vida. Pescados José Luis es su obra, que hoy sigue muy viva de la mano de sus hijos José Luis y Ana.
¿Qué recuerdos tiene de aquellos primeros años en el Mercado Central?
Empecé muy joven. Tras la muerte de mi padre teníamos un contrato de tres años para estar en el Mercado y transcurrido ese tiempo nos tuvimos que marchar. Pero yo quería volver. Tenía muy claro que era mi casa. Lo conseguí enseguida en Pescados Marcuello, donde estaban buscando un dependiente. Allí estuve llevando la pescadería desde principios de los años 50 hasta 1969, aunque el puesto no era mío. Además, fueron los años en que conocí a mi mujer. Sus padres, Manolo y Lucía, también tenían puestos en el mercado y eran muy populares, sobre todo Lucía. Todos mis recuerdos y vivencias profesionales, pero también personales, están asociados al mercado.
¿Qué pescado se recibía en el Mercado Central en esos años y cómo eran las condiciones de trabajo?
No había tanta variedad como ahora, pero recibíamos bastante: merluza, calamar, pota, palometa, besugo… Eso sí, no había agua corriente e íbamos con pozales a la única fuente que teníamos para todo el mercado. El hielo lo comprábamos en una fábrica cerca de la calle Torrenueva. Luego lo partíamos con un mazo. No había cámaras en los puestos, tan solo en los sótanos, así que cada jornada, al terminar de trabajar, bajábamos el pescado que no se había vendido. Era una paliza tremenda.
La historia de Pescados José Luis se empieza a escribir en 1969…
Así es. Fue cuando conseguí hacerme con un puesto y aunque todos esos años había estado muy a gusto trabajando en Marcuello, la satisfacción fue enorme al ponerle mi nombre al negocio. Ese año también empezó a desarrollarse el trabajo de la asociación de detallistas, donde estábamos uno de cada gremio. Yo estuve de vicepresidente y recuerdo con especial
cariño la etapa de presidente de Lázaro Soler, que lo dio todo por el mercado en esa época. Cuando se jubiló, me propuso para que tomase el relevo, pero tenía mucho trabajo en la pescadería y no podía dedicar la atención que requería esa responsabilidad.
Fueron años convulsos, en los que el Mercado Central estuvo en serio peligro de desaparición.
Efectivamente. En los años 70 hubo quien pensó que era un obstáculo para la expansión de la ciudad y propuso su derribo. La asociación de detallistas luchó mucho para evitarlo. En bastantes reuniones nos planteamos incluso que había que ir a Madrid a dejarnos oír. Eran 300 puestos los que iban a desaparecer y más de mil personas podían verse directamente afectadas por esa decisión.
¿Qué acciones se llevaron a cabo desde la asociación de detallistas para evitar el derribo?
La recogida de firmas alrededor de la campaña ‘Salvemos el Mercado Central’ fue impresionante. Se recogieron más de 30.000 de los vecinos de Zaragoza que se volcaron con su mercado. Esa movilización provocó que desde distintos ámbitos sociales se levantaran muchas voces para evitar el desastre y entre todos conseguimos paralizar el derribo.
En su caso, se le ocurrió una idea que tuvo bastante repercusión.
En diciembre de 1975, recién coronados los Reyes de España, visitaron Zaragoza y la noche anterior pensé que algo tenía que hacer para que conociesen el problema. En dos o tres folios describí la situación en la que nos encontrábamos, que estaba en peligro un monumento que podía ser histórico artístico, y al día siguiente le dije a mi hijo José Luis –entonces tenía 9 años– que me acompañase para entregarles la carta. Ese día llovía a mares y nos pusimos en una esquina de la calle Don Jaime por donde sabíamos que iba a pasar la comitiva. Le expliqué a un guardia nuestras intenciones y no me puso ningún impedimento. Al pasar, mi hijo se acercó al coche, la Reina abrió la ventanilla y recogió la carta. Al mes siguiente
recibimos las respuestas de la Casa Real y de Gobernación diciendo que trasladaban mis peticiones a las autoridades competentes. Fue como un antes y un después para conseguir su declaración como monumento histórico. Y todo ello de la mano de una movilización ciudadana y social muy importante.
Efectivamente, en 1978 se produjo esa declaración y años después se llevó a cabo un gran proyecto de remodelación. ¿Llegó por fin la estabilidad?
Estas dos decisiones fueron muy importantes para garantizar su futuro. Durante las obras, varios puestos nos trasladamos a la calle San Pablo, donde abrimos un pequeño mercado frente a La Posada de las Almas, que tuvo un gran éxito. Mi hijo José Luis empezó a trabajar conmigo en 1983 y juntos estuvimos hasta mi jubilación. Aunque mi otro hijo, Eduardo, estudió y se ha dedicado a otras cosas, por aquel entonces también nos ayudó mucho. Tras la reforma, seguimos con la pescadería de fresco pero cogimos otro puesto de congelado en otro pasillo, donde se incorporó mi mujer. La última en llegar, a finales de los años 90, fue mi hija Ana, que se quedó con un puesto que se quedó libre para dedicarse a trabajar el marisco.
¿Qué anécdotas tiene grabadas en la memoria de sus más de 50 años de trabajo en el Mercado Central?
Me voy a referir a dos que reflejan el contraste de lo vivido. En los años 60 recuerdo que hubo un temporal y no llegaron camiones. Solo lo había conseguido uno el día anterior con cajas llenas de angulas. Era lo único que podía vender. Las compré todas y llené el mostrador con ellas a un precio muy asequible. A las diez y media de la mañana ya las había vendido.
Ese día muchas familias se dieron un festín, algo que ahora sería impensable.
Como contraste, también hubo años en los que fallaba bastante el pescado. Teníamos tasas de precios y, en ocasiones, si querías tener algo, no te quedaba más remedio que comprarlo más caro de lo que lo podías vender. Había que echarle mucha imaginación para intentar no perder dinero.
¿Cuál ha sido la idea o modelo de negocio que ha mantenido durante
sus años en activo?
Mi idea siempre ha sido la de ofrecer pescados de calidad y una atención muy cercana al cliente. Esas han sido las claves para garantizar una clientela fiel que hoy todavía nos sigue. No hay más secretos. Dedicar muchas horas al negocio y trasladar todo ese cariño al cliente.
¿Qué le parece la última reforma del Mercado Central y hacia dónde
cree que debería ir?
La remodelación ha sido un completo éxito. Hemos descubierto un mercado nuevo que en buena medida permanecía oculto. El edificio que diseñó Félix Navarro supone todo un descubrimiento para la ciudad y tiene que ser un polo de atracción para que muchos más zaragozanos se acerquen a comprar, pero también para que lo visiten y lo conozcan. Pero no solo los vecinos, sino también los turistas. Tras la reapertura, fueron una semanas
de trabajo de locura. Desgraciadamente, todo eso se cortó de raíz por la pandemia, pero entre todos tenemos que conseguir recuperar la normalidad. Poco a poco se va consiguiendo, pero hay que seguir avanzando para lograr su plena revitalización.
Por José Luis, desde luego, no va a ser. Prácticamente todos los días lo visita, se reencuentra con viejos amigos y con los nuevos clientes que han ido tomando el relevo. Él lo tiene claro: “Tenemos Mercado Central para rato”.
Entrevista realizada por Alejandro Toquero.