Al lado de las murallas enfrente de la fachada norte del Mercado Central se localiza la escultura de una rana, que es constantemente acariciada por los visitantes y turistas, especialmente por los más pequeños. En un tiempo esta rana se ubicó junto a un charco con agua enfrente de la estatua del emperador Augusto, pero al no existir ninguna relación entre ambas se retiró de dicha ubicación.
Hacemos mención a esta pequeña escultura de una rana por formar parte de un antiguo cuento baturro en el que se escenifica la proverbial tozudez que se atribuye a los aragoneses.
El cuento dice que un día San Pedro, aburrido por no tener que abrir las puertas del cielo a nadie, pidió a Dios volver al mundo para ver qué pasaba allí abajo «que ni un mortal viene a vernos en tantos años y tantos». Con el beneplácito divino, San Pedro bajó a la Tierra de un salto y apenas hubo llegado, camino de Zaragoza, se encontró con un baturro al que preguntó a dónde se dirigía, respondiéndole este último «A Zaragoza» a lo que San Pedro replicó «Si Dios quiere». El aragonés insistió sin corregirse: «Que quiera o no, voy a Zaragoza».
Contrariado San Pedro convirtió al aragonés en rana y le arrojó violentamente a un charco vecino. Y allí lo tuvo algunos años, obligándole a sufrir las inclemencias del tiempo, las pedradas de los chicuelos y otras mil calamidades.
Cuando, terminada su misión, San Pedro se disponía a subir a los cielos, regresó al camino de Zaragoza para devolver al baturro a su ser y le volvió a preguntar a dónde se dirigía. Éste le respondió: «Ya lo sabes, a Zaragoza», dijo más firmemente que la primera vez. San Pedro insistió con suavidad«Si Dios quiere, hombre, si Dios quiere». El baturro le replicó «Qué Dios ni qué… suplicaciones; ya te lo hi dicho: ¡A Zaragoza o al charco!»
Viendo el Apóstol que era inútil dominar aquel carácter, dejó al baturro seguir tranquilamente su camino hasta Zaragoza.