Teresa Berdiel acude prácticamente a diario al Mercado Central. Es su rutina. Un poco después de mediodía se pasa a ver a sus tres hijas Yolanda, Carmen y Marian. Durante su paseo no deja de saludar a detallistas. Casi
ninguno le llama por su nombre, Teresa. Todos se dirigen a ella como Mamá Tere.
Ella está encantada de que así sea porque este nombre destila mucho cariño, todo el que ella misma ha ido repartiendo durante los muchos años que trabajó en el Mercado Central.
Desde hace cuatro años está jubilada, así que no ha vivido en activo la reforma de las instalaciones. En cualquier caso, ahora le encanta pasearse por sus pasillos y disfrutar “de lo bonito que ha quedado. La verdad es que no tiene nada que ver con lo que yo he conocido, es como si de repente hubiésemos descubierto un mercado nuevo, levantas la vista y es maravilloso”.
Y qué decir del puesto que lleva su nombre donde trabajan sus hijas Carmen y Marian. “Ha quedado tan bonito, con tanta luz y esa sensación de limpieza que se percibe por todos los sitios; la verdad es que da gusto acercarse y recorrer el mercado de una punta a otra”.
Ella lo hace a diario, más que nada porque en la zona de las murallas romanas se encuentra el puesto de su otra hija, Yolanda, que junto a su pareja lleva el de Encurtidos Alberto Gadea. Por el camino, mientras va de un lado a otro, se para constantemente a saludar a compañeros. “Casi somos de la familia, han sido tantos años juntos”, rememora.
Teresa recuerda que su llegada al mercado no se produjo por tradición familiar. “Trabajaba para un matrimonio en su casa; tenían varios puestos y un día me propusieron que fuese de dependienta a uno de ellos, así que desde muy niña es lo que hice, vender en una frutería y también me dedicaba a fregar en algunos puestos”.
Pasó bastante tiempo hasta que por fin tuvo el suyo propio. “Me lo ofreció una señora que vendía menuceles y me dije: si puedo llevar el puesto de otros, por qué no voy a poder estar al frente del mío propio, así que lo cogí”. Eso sí, enseguida tuvo claro que lo de limpiar menuceles no era lo suyo, que le apetecía más montar una pollería”.
Dicho y hecho. Se firmó el cambio de actividad y desde entonces Teresa cogió las riendas de su propio negocio. En ese momento todavía no era conocida como Mamá Tere. Fueron sus hijas las que tuvieron claro que esta debía ser la denominación del puesto. “Se tiene que llamar como tú”, me dijeron.
Al principio estuvo sola. “Creo que unos 8 o 10 años, eso sí, siempre con el apoyo de mis hijas mayores que venían por la tarde a ayudarme a recoger”. Tan de cerca vivieron la experiencia de trabajar en el Mercado Central, que las dos decidieron encaminar su futuro profesional vinculándolo a la actividad de su madre.
De esta forma, durante bastante tiempo convivieron tres puestos de Mamá Tere. “Todas trabajábamos lo mismo y muy bien la verdad; el pollo siempre ha sido uno de los productos estrella en el Mercado Central”.
También recuerda que poco a poco fueron ganando protagonismo los productos elaborados en el obrador. “Se empezó con las salchichas y hamburguesas, pero hoy hay una gran variedad”, asegura.
No hay más que acercarse al puesto actual de Mamá Tere para comprobarlo. Ofrecen un gran surtido de elaborados, y tras la reforma se ha hecho una apuesta decidida por los productos cocinados. Entre ellos, la carne de pollo vuelve a tener un gran protagonismo.
Mamá Tere valora especialmente la fidelidad de la clientela. Durante la entrevistas, el reloj marca las dos de la tarde, la hora en la que el mercado cierra hasta que vuelve a reabrir unas horas después, y este es de los pocos puestos que todavía hay gente esperando para hacer la compra. “Y así desde primeras horas de la mañana –comenta–, la verdad es que tenemos una clientela muy fiel que casi es como de la familia”.
Algo parecido sucede en el puesto de su hija Yolanda, en Encurtidos Alberto Gadea. “A cualquier hora que pases hay gente comprando; tienen una gran variedad de productos y eso es lo que más valora la clientela en la actualidad”.
Así, entre uno y otro puesto se pasa Mamá Tere la media hora diaria que dedica al Mercado Central antes de ir a comer. “Todos los recuerdos de mi vida están asociados a este lugar, así que para mí es un disfrute poder venir todos los días”.
En el puesto de sus hijas Carmen y Marian hay una gran foto suya de joven que preside el espacio de venta. Es el homenaje que han querido rendirle a su madre, para que siempre esté muy cerca de ellas y nunca les falte su aliento.